Capítulo 2: Pérdida de muchos, memoria de pocos.

Recordando la fecha tan importante que se vivió ayer, me gustaría comenzar mi participación en este blog con un pequeño resumen de un aspecto de la Guerra Civil que, si bien no ha sido olvidado, considero que no ha recibido la suficiente importancia y que ha supuesto una pérdida irreparable e irrecuperable para la sociedad española. Me refiero al exilio.

Tras el alzamiento militar de los insurrectos, en el verano de 1936 y su posterior avance por tierras españolas, cientos de miles de personas, niños, ancianos, mujeres y hombres de todas las edades y de todas las profesiones se vieron obligados a abandonar su patria en busca del asilo político de otros países.

Me gustaría hacer, en este artículo, especial hincapié en la actitud que tuvieron otros países ante la inminente y masiva llegada de refugiados españoles. Tras haberme documentado, por medio de libros y algún que otro reportaje, puedo concluir algunos generalismos que, por otra parte, no han de ser tomados como verdades absolutas, pero sí como juicios basados en hechos reales y testimonios verdaderos de algunos afectados.

En primer lugar me gustaría destacar la repulsión con la que “fuimos” recibidos en Francia. La región de Perpignan, con apenas 300.000 habitantes cuya capital recibe el mismo nombre, se vio invadida por miles de refugiados españoles, a los cuales, la policía francesa fue dividiendo en la frontera y fue enviando a estas personas en diversos trenes a diferentes puntos del país con unos fines diversos, lo que supuso la separación de miles de familias, muchas de las cuales jamás han vuelto a ser recompuestas. El gobierno francés, años más tarde, en un “acto de cobardía”, reclutó, en primer lugar a milicianos españoles que se encontraban en los campos de concentración extendidos principalmente por las costas mediterráneas del sur de Francia, para hacer frente a la invasión nazi en la II Guerra Mundial. Los españoles, movidos por la voluntad de defender una república, como era Francia, destacaron por su valentía, coraje y honradez (recordemos que los soldados españoles no aceptaban recompensas monetarias por la lucha, debido a que consideraban más importante el triunfo de los ideales republicanos que unas cuantas monedas) en los frentes del noroeste francés. Más tarde, gracias a esto, se dejaría de emplear el término despectivo “rojos” entre el pueblo francés para referirse a este contingente de españoles simplemente como “republicanos”.

Algo bien distinto ocurrió en México. Lázaro Cárdenas (considerado por muchos el mejor presidente de la historia del país maya) abrió de par en par las puertas de su nación a todos los exiliados republicanos sin excepción (después de haber ayudado al gobierno de la República hasta el último día de la Guerra). La política de Cárdenas, en ese sentido tuvo mucha lógica, consiguió que gran cantidad de intelectuales se afincaran en su país y que otra gran cantidad de personal cualificado (educado durante los años de la república) hiciera lo mismo: filósofos, profesores, médicos, matemáticos, militares, escritores, pintores, cantautores y un largo etcétera de personalidades con un gran reconocimiento posterior. Esto, supuso, sin lugar a dudas, como antes he dicho, una pérdida irreparable para nuestra sociedad, puesto que hoy en día un buen número de estos intelectuales viven o han vivido en otros países y han trabajado para ellos contribuyendo en su desarrollo.

Sin duda recordaréis personajes célebres del exilio español como son Picasso, Antonio y Manuel Machado, Pablo Neruda, Max Aub, Luis Buñuel, Félix Candela, Luis Cernuda, José Gaos, Recassens Sitges y tantos otros que sería imposible su enumeración aquí.

Por ello, como homenaje a estos exiliados célebres y a aquellos que no lo fueron, pero para los que estoy seguro guardaremos un lugar siempre en nuestros corazones, he escrito esta, mi primera entrada, que espero sea de vuestro agrado.

Carmelo Ruiz Simón